diciembre 24, 2010

La limusina de Carlos Correa


Justo hace ahora un año, en diciembre de 2009, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) presentó su “Informe sobre la situación de los derechos humanos en Venezuela” que dejaba muy mal parado al gobierno del teniente coronel Chávez. Refería el informe a otro documento presentado en 2003, año de alta conflictividad entre las posturas radicales del oficialismo y las líneas editoriales e informativas de los medios de comunicación independientes, el cual advertía que se “podía constatar que ciertos discursos del Presidente Hugo Chávez Frías en contra de los medios de comunicación podían ser interpretados por sus seguidores como una exhortación a las agresiones hacia ellos. La CIDH, (...) pudo apreciar que en algunas circunstancias los discursos del Presidente Chávez eran seguidos por actos de agresión física. El Presidente, como cualquier persona en Venezuela, tiene el derecho a expresarse libremente y a opinar acerca de quienes cree opositores. Pero su discurso debe cuidar no ser interpretado como una incitación a la violencia”.
En el ámbito doctrinal, el aparte noveno de la Declaración de principios sobre libertad de expresión de la CIDH, consagra que: “El asesinato, secuestro, intimidación, amenaza a los comunicadores sociales, así como la destrucción material de los medios de comunicación, violan los derechos fundamentales de las personas y coarta severamente la libertad de expresión. Es deber de los Estados prevenir e investigar estos hechos, sancionar a sus autores y asegurar a las víctimas una reparación adecuada”.
Evoco estas consideraciones relativas a garantías y derechos constitucionales sobre la libertad de expresión, al derecho a la información, a la libertad de asociación, para manifestar públicamente mi rechazo al reciente atentado contra el periodista y activista de derechos humanos Carlos Correa. El registro noticioso de lo ocurrido, el descomunal hematoma en la frente de Correa y su rostro todavía aturdido por el impacto recibido, incluso su posterior declaración sobre la amenaza: “te vamos a matar c.. de tu madre” resultarían incompletos si no intentamos analizar el contexto en el cual se produce la agresión. Carlos Correa tiene una notoria trayectoria como activista y defensor de derechos humanos, como investigador de la comunicación, que ha tenido recientemente alta visibilidad por su invalorable trabajo al frente de la ONG Espacio Público que, entre otras actividades, elabora unos muy fundamentados y exhaustivos informes sobre la situación de la libertad de expresión, el derecho a la información y las condiciones del ejercicio del periodismo en nuestro país.
En el clima de incesante cerco a la libertad de expresión en Venezuela y de la criminalización a las asociaciones civiles venezolanas, Carlos Correa ha sido blanco de una obscena e intensa campaña de descrédito desde Venezolana de Televisión. En el dibujo animado que lo caricaturiza, Correa aparece fumando un habano, desplazándose en una ostentosa limusina negra, visita y sale de la embajada de los Estados Unidos con una maleta repleta de dólares. Por supuesto, esta descripción se queda corta ante lo grotesco de unas imágenes que tuvieron una profusa difusión en el canal del Estado: en algunos ocasiones alcanzó la frecuencia diaria de veinticuatro pasadas y  en los últimos meses alcanzaría el millar de veces que Correa fue sometido al escarnio público. De la descalificación y anulación simbólica a la física, la frontera es sumamente tenue y la enseñanza histórica del hacer totalitario es contundente al respecto.
En el informe de Espacio Público de 2009 se sostiene que “La marcada polarización de la sociedad venezolana genera, en su interior, un aumento evidente de la intolerancia con la consecuente disminución del respeto hacia el otro. En materia de libertad de expresión, este fenómeno derivó en un uso del poder estatal en detrimento de la disidencia que se expresa en la imputación de delitos de vilipendio y difamación para acallar voces críticas, el cierre de 32 emisoras de radio y dos televisoras regionales, la censura y autocensura hasta en las producciones artísticas y en el trabajo científico, entre otros eventos que reflejan nítidamente el debilitamiento de la democracia venezolana”.
Carlos Correa quien desde la ONG Espacio Público ha sido tan acucioso en el inventario de las multiplicidad de agresiones que reciben los periodistas y los medios de comunicación deberá, desgraciadamente, en su próximo informe desdoblarse como testigo de tales hechos y lamentable víctima de la intolerancia y del derrotero autocrático por el que se derrumba nuestro país.
Pero Carlos Correa sabe que en su empeño ni está sólo ni se desplaza en limusina.

Óscar Lucien
Twitter:@olucien




diciembre 17, 2010

Teletón de la tragedia


1“Dónde está la cámara Izarra? ¿No, no, esa no, cuál es la mía? ¿Pero yo no me veo ahí igualito? Ah, ah..! hay un dilei (sic)” tronaba el teniente coronel Chávez en la continuación del teletón programado en cadena nacional, a partir de las penurias y calamidades de los pobres venezolanos directamente agobiados por la tragedia, ahora no tan sólo por la inclemencia de las lluvias, sino por doce años de desamparo, de ineficiencia, burocratismo y corrupción. Quiero detenerme un instante en esta referencia temporal para que la pertinencia de la observación no pase inadvertida como parte decorativa del debate político. En este sentido apunto que el 6 de diciembre de 1998, el entonces presidente electo Hugo Chávez (con unos 30 kilos menos de los que ahora apretan su uniforme) declaraba: “Dentro de cinco años, por supuesto que yo no aspiro a que hayamos solucionado el grave problema de la vivienda. Hoy hay un millón y medio de déficit habitacional en Venezuela, pero al menos en un cincuenta por ciento, hemos calculado, debe estar solucionado el drama de la vivienda para las clases pobres y las clases medias venezolanas”. ¿Con qué moral se viene ahora a abrazar a una humilde y desesperada señora damnificada de Vargas (1999) que tiene tres años sobreviviendo en un refugio? ¿Qué justificación ética, política, de honesto compromiso con los pobres puede tener un presidente para solicitar a una Asamblea Nacional, obsecadamente sumisa a sus designios, una habilitación legislativa para atender una crisis de la cual era absolutamente consciente hace doce años, y a la que se había comprometido a solucionar, al menos en un cincuenta por ciento, en el transcurso de cinco años de mandato? Para el comandante presidente, que dice amar las matemáticas, la ecuación tiene que ser trágica: durante su ya prolongado mandato “el grave problema de la vivienda” no sólo no disminuyó en cincuenta por ciento, sino que aumentó en otro veinte y cinco por ciento si nos atenemos a las cifras publicadas en la prensa de estos días: el déficit de vivienda en Venezuela supera los dos millones. Dejo para los especialistas las consideraciones sobre las ingentes sumas de dinero que han corrido por las manos de Chávez en estos doce años, la valoración sobre la regaladera de plata a su combito de la Alba, a la compradrera de fusiles, submarinos y misiles, dinero que pudo efectivamente ser mejor empleado y haber servido para resolver el problema de esos humildes compatriotas que hoy son obscenamente utilizados como comparsas del Teletón de la tragedia, en cadena nacional, del comandante presidente.
2 “Dónde está la cámara Izarra? ¿No, no, esa no, cuál es la mía? Fue el pasado 7 de diciembre, en horas del mediodía, a exactamente doce años de la afirmación arriba citada, cuando el hoy comandante presidente nos impuso una cadena de radio y televisión, que debe conservarse en los anales de esta revolución (sic)  como la más excelsa joya del narcisismo, del culto a la personalidad, de la cursilería y de amilbarado jalamecatismo. No pude conseguir a tiempo la trascripción del texto del locutor que narraba la acción salvadora del comandante presidente pero era algo del siguiente tenor, aunque tenga la seguridad el amable lector que me quedaré corto:  “... en estos momentos el comandante presidente llega al sitio de la tragedia, el comandante presidente, el corazón pletórico de amor por su pueblo besa a una anciana, el comandante presidente alza un niño en sus brazos que al contacto con el comandante presidente sonríe esperanzado, el comandante presidente camina para  acá, el comandante presidente camina para allá, el comandante presidente maneja el mismo su carro, el comandante presidente mira para arriba, el comandante presidente mira para abajo, el comandante presidente agarra el megáfono, el comandante presidente mira para un lado, el comandante presidente mira para otro lado....y (en algún momento) se oye la voz del comandante presidente que grita patria, socialismo y muerte”.
Se privaba con esta obscena cadena a los humildes afectados de mensajes relativos a previsiones que tomar por la naturaleza del desastre, sobre la conveniencia de estar más atentos a normas de higiene, a la obligación de hervir el agua para beber o cocinar, de informaciones sobre las distintas organizaciones que prestan sus servicios de asistencia y cooperación. Obscena cadena que sacrificaba los intereses de los afectados, o la necesidad de información de la ciudadanía, en beneficio del culto a la personalidad del funcionario público con mayor responsabilidad en la tragedia. Recordemos su propia y fraudulenta oferta: “pero al menos en un cincuenta por ciento, hemos calculado, debe estar solucionado el drama de la vivienda para las clases pobres y las clases medias venezolanas”.

Óscar Lucien
Twitter:@olucien