No voy a agobiar al diputado Herrera con cuitas personales por esa "forma atropellada (y atropellante) de hacer las cosas", de las innumerables veces que luego de horas de tráfico llego a la estación de radio o TV para asistir al programa al que fui invitado y de mi frustración por la suspensión de la entrevista por la arbitraria cadena presidencial. Mucho menos voy a referirle la desesperación de periodistas que al igual que él han viajado del interior del país o regresado oportunamente de un viaje fuera de Venezuela para encontrarse imposibilitados de ejercer su oficio por esa "forma atropellada (y atropellante) de hacer las cosas", ni de quien ha colocado una pauta publicitaria que no se cumple, ni del productor que ve desvanecer días previos de preparación.
El diputado Herrera al menos ha gozado del privilegio de ser advertido de que su programa no iría. Probablemente tampoco corra el riesgo de ser acusado de agente del imperialismo y de que sus críticas sean parte del plan desestabilizador contra el Gobierno y que responden a una estrategia de la CIA. Sin embargo, si nos quedamos en estas quejas apenas estamos viendo la mitad del problema. ¿Dónde quedan los compromisos y el respeto por la audiencia, o sea, los usuarios y las usuarias en la jerga oficialista? ¿Debemos dar por descontado el negativo efecto económico sobre la industria de radio y televisión, la actividad publicitaria, los intereses ciudadanos de entretenimiento e información? La pista para entender la magnitud del verdadero problema esbozado por el diputado Herrera está en su reflexión autocrítica: "La endogamia comunicacional, el endogenismo informativo y la contemplación periodística umbilical no son buenos para ningún proceso". Mucho menos sanos para la garantía de la libertad de expresión y el derecho a la información garantizados en la Constitución.
Hasta diciembre de 2010, el Presidente de la República realizó 2.125 cadenas, equivalentes a 1.464 horas. Durante ese tiempo también estuvo más de 2.500 horas al frente de su magazine Aló, Presidente.
El tema de fondo es que en once años de revolución bolivariana el Estado ha sido incapaz de garantizar el ordenamiento del espacio público de las comunicaciones para promover y garantizar amplitud y variedad de las coberturas informativas y, en particular, el pluralismo de la opinión pública nacional. Los venezolanos, por el contrario, hemos estado sometidos a una peculiar dictadura mediática que se expresa en dos ver- tientes fundamentales: por un lado, la confiscación progresiva de todos los medios radioeléctricos del Estado sometidos al exclusivo beneficio de la parcialidad política en el gobierno; por otro, el cerco incesante a la libertad de expresión. En el libro Cerco rojo a la libertad de expresión intento un análisis más detenido de esta problemática; trato de demostrar que el gobierno de Chávez se ha caracterizado por una marcada valoración y dominio de lo mediático. Mientras expresa una hipersensibilidad a la crítica, ha ido construyendo un contundente entramado radioeléctrico, de canales de televisión abierta, cable, de medios pretendidamente comunitarios, que sirven de manera exclusiva a la "ideología de la revolución bolivariana".
Pero, contrariamente al diputado Herrera, una parte sustancial de venezolanos no se rinde.
Aspira, en consecuencia, a que se coloque en la agenda pública la restitución de los medios del Estado al servicio de toda la ciudadanía.
@olucien
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